Esto es lo que decía la filósofa Amelia Valcárcel sobre las mujeres en los puestos de poder: ni están, ni se las espera. Desde entonces me fijo bastante en las ausencias. No sólo en cómo nos representan, en cómo se utiliza el cuerpo femenino para producir ciertos efectos, en las expectativas que tienen que cumplir las mujeres (sobre todo al convertirse en madres), sino también en los lugares en los que no estamos. Y no sólo no estamos, sino que no se nos espera. Supongo que eso es lo peor, que se asuma como natural, buena, necesaria esa ausencia. Que no provoque ningún tipo de resquemor, que no se perciba en ella violencia, sino algo normal, algo que no tiene demasiada importancia: si no están igual es porque no quieren, porque tienen cosas mejores que hacer, porque no les gusta, de tal manera que se obvian todas las circunstancias, como si viviéramos en una sociedad prístina, en la cual cualquier individuo (sin importar condición, color o sexo) podrá llegar allí donde se proponga.

Así que cuando aparece de cuando en cuando un artículo sobre rol sin un solo nombre femenino, no puedo por menos que volverme a preguntar ¿estamos? y, si no estamos ¿se nos espera? O lo que es lo mismo, ¿importa que no estemos?

No pretende ser este artículo un alegato feminista. Se podría hacer, pero no va de eso. Habría de ponerme a recabar información y buscar y contrastar y analizar y luego explicar, argumentar, crear teorías. Al fin y al cabo, todos tenemos genitales entre nuestras piernas, de un tipo o de otro, y eso nos ha ofrecido cierta experiencia vital que nos ofrece alguna que otra competencia a la hora de opinar en lo que al género se refiere (abran twitter. Escriban cualquier cosa sobre género. Esperen. Comprueben lo que ocurre). El problema con el género es que es harto difícil separar el discurso de la experiencia. Y eso no es malo, no vayáis a pensar. Uno de los logros del feminismo ha sido hacernos ver que importa no sólo el discurso que se emite, sino desde dónde se emite, que la experiencia vital importa a la hora de la creación y la recepción de una obra. Pero claro, resquema. Y mucho. Porque el género no es una medallita que te hubieran colgado de bebé y que te puedas arrancar cuando te venga en gana, para observar la realidad sin un atisbo de parcialidad; sino que está metido hasta dentro de las tripas, está mezclado con los órganos, la sangre, los fluidos, es el lugar desde el que percibes el mundo, desde el que sientes, desde el que amas. Y por eso, hablar de género sin tener en cuenta que estás metiéndote en la carne del interlocutor, en lo más profundo de su identidad, tiene sus consecuencias. He dicho que se puede hacer, claro, pero no sin respirar hondo y documentarse más de lo que voy a hacer aquí.

Esto es mucho más humilde. Muchísimo más. Sólo pretende ser la experiencia de una chica que juega al rol. Tímidamente. Sin más aspiraciones que pasar un rato agradable y explorar una forma de entretenimiento que me parece fascinante, pero en la que nunca he tomado un papel excesivamente activo.

Os cuento que empecé allá por los 90, y no fue una decisión propia, sino que mi grupo de amigas se empezaron a interesar en el tema del rol, especialmente La Mascarada, y decidieron que cada una tendría un personaje y les pareció perfecto para mí el clan Toreador y el papel de Madame de lujo en el burdel más importante de París. La verdad, me sentí halagada y me pareció mucho más apasionante que la chica que forraba sus libros con fotos de perros y cabezas cortadas y que apenas hablaba con los chicos (más que algún pasteleo fugaz en clase de francés que nunca llegó a nada). En fin, que inventé un nombre y una historia y nos empapamos tanto de nuestros personajes que nos llegábamos a llamar por nuestros nombres de ficción y a interactuar como nuestros personajes. Jugar, lo que se dice jugar, solo jugamos un par de veces, pero digamos que llevábamos el rol a cualquier momento cotidiano.

También jugamos a veces con los chicos a la llamada de Cthulhu, aunque esas partidas las recuerdo menos. No sé si era que yo no me atrevía a hacer demasiado o que tampoco dejaban mucho espacio. Estábamos todos descubriendo el mundo, a trompicones, torpemente, en plan ensayo y error, sin ningún videotutorial que nos dijera cómo hacerlo. Creo que este tema no va de buscar culpables, sino de decidir cómo queremos que sean nuestras partidas, qué queremos que pase y cómo nos gustaría sentirnos. Imagino que va de eso.

Si entendemos el rol de forma un poco laxa, también es justo que recuerde que todo empezó cuando a mi hermana le dio por aprenderse los dioses griegos y entonces ella, mi prima y yo nos repartíamos cada una un dios y luego luchábamos y decidíamos sobre el destino de los humanos. Creo que no me ha gustado tanto un juego en toda mi vida.

Pasó el tiempo. Poco puedo decir más de los juegos de rol. Siempre fui más de juegos de cartas, de envite en el muellito por el verano, de chinchón en los viajes, de mus en cuanto era capaz de buscar a tres personas proclives a aprenderse las reglas. Creo que en realidad soy una viejecita a la que le encanta tomar el té, jugar a las cartas y dar paseos junto al mar y lo único que necesito es esperar a la época en la que eso sea lo obvio. Ya no me queda tanto.

Con esto quiero decir que no tengo nada de “abeja reina” que está cómoda en un mundo de hombres, porque eso significa que es especial, que es mejor o cuanto menos diferente de las otras hembras, preocupadas por “cosas de chicas” (así, en tono peyorativo) y llevadas por lo que se asocia con los “vicios del género” tales como la envidia o el cotilleo. No. Para nada. Siempre me he sentido muy cómoda con las chicas y tardé bastante en tener amigos del otro género. Ahora puedo presumir de tener amigos y amigas y disfruto enormemente de los ambientes mixtos.

Cuando aterricé en Lorca solo conocía a una persona. Me costó bastante entablar amistad con mis compañeros de trabajo y parecía que cada uno tenía su vida hecha o iba a quedarse tan poco tiempo que no valía la pena profundizar en exceso en las relaciones. Aquí fue cuando M. y yo empezamos a interesarnos por los juegos de mesa modernos, cuando empezamos a investigar, a comprar, a ir a Essen. Al principio me pareció la afición perfecta para compartir juntos, aunque luego resultó no ser tan así. Pero bueno, eso es otra historia que puede que os cuente en otra ocasión. Dejémoslo en que costaba demasiado esfuerzo y mi capacidad de elección era demasiado limitada.

En un intento por conseguir un grupo de juego, y aunque buscaba más la mesa que el rol (todavía me sentía intimidada por la ausencia de límites) contacté con La Marca del Este. A la semana siguiente ya tenía una cita todos los lunes para probar la campaña de la Caja Negra. Un año. Y no me conocían de nada. Un año juntos. Eso se dice pronto.

No todas las sesiones fueron buenas. Tengo que reconocerlo. Había momentos gloriosos, pero también peleas a muerte entre los jugadores por ver quién se quedaba con un yelmo, o discusiones entre el master y el ladrón, que son los verdaderos antagonistas de este juego. Perdí mucho miedo. Empecé a ser capaz de proponer acciones, de jugármela, también de hacer estupideces. No voy a decir que sea una jugadora ingeniosa, rápida e intrépida, pero puedo deciros que me siento cómoda en las partidas, que es bastante más de lo que había sentido hasta ahora. Aún me queda atreverme a ser master y a escribir aventuras para rol, quién sabe si lo podré hacer algún día o no, aún hoy tengo mis fantasmas. Pero puedo deciros que ya soy parte de la familia.

¿Noté que el rol era un mundo patriarcal? Oh, dios, sí. Claro que sí. Los arquetipos, las historias, las dinámicas de juego, la poca necesidad que tienen los hombres de alimentarse más allá de unos panchitos y una cocacola… puedo decir que el rol es un mundo de hombres. Al menos como lo he vivido. #disclaimer #experienciapersonal #nogeneralizo. No digo que no lo disfrute, ni que me gustaría un género más fluido en los arquetipos de fantasía. Soy una fanática de los arquetipos, los cuentos de hadas y la fantasía, así que ahí compro el patriarcado (al menos en ese sentido) la primera. Pero quien no vea el patriarcado en los juegos de rol es que no es capaz de ver el patriarcado en absoluto. Y entonces poco más podemos discutir. Sí tengo que decir que en La Marca se han preocupado mucho por cuidar el equilibrio de género en los personajes y por hacer sus juegos más inclusivos en este aspecto. No es perfecto y es difícil cuando hablamos de géneros tan establecidos, pero creo que así es como se consiguen los cambios, poco a poco, preocupándose, haciendo autocrítica y dando pequeños pasos. Hemos discutido juntos sobre la vestimenta y el equipo de las chicas, sobre el lenguaje, sobre la representación, sobre hasta qué punto una harpía se presenta como un monstruo o como un objeto sexual. No veo esto como una imposición, ni mucho menos, sino como un diálogo que conduce hacia el objetivo común de hacer que las jugadoras se sientan más libres, más representadas y con más poder.

Este enero jugué una partida con otro director de juego, era una de romanos que nada tenía que ver con La Marca ni con Dungeons and Dragons. Este director parecía un buen tipo. Me cayó bastante bien. Decía que se había preparado la partida a conciencia. Sin embargo, a la hora de elegir personajes se negó a que escogiéramos mujeres. “Rigor histórico”, le decía. ¿Os suena? Pero claro, no le vas tú a decir que la historia es otra ficción y que depende más que nada de la mirada que ponemos sobre ella y de lo que elegimos y que el poder escoger personajes femeninos (es decir, que compartamos la idea de que las mujeres existen y hacen cosas, no importa el contexto), es mucho más importante para nuestra diversión que el seguir a pies juntillas todo ese “rigor histórico” que suele desaparecer mágicamente cuando se trata de otros temas que no nos afectan (ya que, repito, nuestra visión del pasado está necesariamente mediatizada por quiénes somos hoy). Porque el pobre chaval se había preparado la aventura con todo el mimo del mundo y no vas a romperle la diversión y a dejarle con la sensación de que “ya están estas feministas aguando la fiesta”. Otra chica fue más lista que yo y simplemente pasó de discutir con él y se puso un nombre femenino. Este acto inocente de la chica me hizo sentirme un poco menos invisible.

Es muy difícil hablar de igualdad o inclusión en algo que se hace por puro ocio. Ya es difícil cuando se trata de temas que afectan a nuestra vida diaria como la investigación, los puestos de responsabilidad o los salarios. Al final, el ocio es algo que una elige “libremente” (los límites de tu libertad son los límites de tu cultura, al fin y al cabo) y no hay nada de malo en elegir hacer ganchillo en lugar de jugar al rol. Pero entonces, ¿por qué habrían de esperarnos? ¿por qué deberían hacernos hueco? ¿No deben ser las mujeres –las que quieran, por supuesto– las que den un paso y se integren en un mundo que nadie nunca se preocupó en diseñar para ellas? Pues aquí, desde mi más humilde opinión y sin querer para nada sentar cátedra ni polemizar, ni mucho menos ofender a nadie (y lo lamento en serio si alguna de estas cosas ocurre), me parece que no, que también desde el diseño de juegos, desde los medios que hablan de la afición, desde los directores de juego y desde los propios jugadores se deberían dar pasos para que este no sea un camino heroico, sino algo al alcance de cualquier zagala, que no tenga miedo, que se ponga a tomar decisiones, a dirigir partidas, a escribir partidas. Aunque lo haga mal. Aunque cometa errores. No importa. Si algo tiene el rol es que ha sido siempre un espacio seguro en el que lo peor que te puede pasar si cometes un error es tener que enterrar a un personaje.

Si queréis saber cómo se puede facilitar esto tengo un par de ideas: busca personajes y arquetipos femeninos. No hace falta que todas las hembras sean diosas de la belleza y tampoco que sean brutas y feas como orcos: básicamente nos gusta que haya variedad, que podamos identificarnos con unas y con otras, que tengan debilidades que las hagan un poco más cercanas. También ayuda si los hombres escogen de vez en cuando personajes femeninos, pues a veces el problema está en que por tradición lo masculino nos representa a todos y lo femenino representa solamente a las mujeres, así que el esfuerzo de empatía se agradece (ojo que ya conozco a muchos que lo hacen, pero a otros les cuesta un mundo sentirse identificados con una mujer).

Prioriza la representación por encima del rigor histórico (aunque te ardan las tripas de imaginarte a alguien con vagina vestida de legionario). Deja que elija el juego (no siempre, pero de vez en cuando nos gusta pensar que nuestras elecciones se convierten en realidad). Ten paciencia (si es como yo, seguro que tiene miedo de cagarla a cada rato). Interésate por sus gustos, inquietudes, aficiones: escucha, toma decisiones en base a eso. Anímala a que coja más responsabilidad. Ofrécete a ayudarla a preparar una partida para que la dirija ella. Haz el esfuerzo de buscar referentes de mujeres dentro del mundo del rol para que cuando lo leamos las chicas nos podamos sentir reflejadas. Ten en cuenta las otras obligaciones (hijos, padres, casa) que podemos tener a la hora de planificar las partidas. Y por dios, prepara una cena como dios manda.

Y las chicas, ¿qué podemos hacer nosotras? Ahí puedo dar pocos consejos. No soy ni mucho menos un ejemplo a seguir. Casi daré el único solo consejo de no tener miedo. Por supuesto que no tienes por qué jugar al rol, pero te estás perdiendo todo un universo de decisiones, emoción y risas, así que dite a ti misma, ¿por qué no? No hace falta casi nada. Que no te engañen. Igual al principio no sabes qué hacer, pero todo llega con el tiempo. Si quieres jugar solo con chicas porque te sientes más segura al principio, ¿por qué no hacerlo? Pero soy de las que piensan que se gana muchísimo cuando nos juntamos, cuando hay diversidad y visiones y maneras de estar en el mundo diferentes. Sé que hay muchas jugadoras por ahí. Las he visto en partidas, en jornadas, en fotos. No siempre en artículos de la prensa, es verdad. Pero están ahí. A veces incluso he podido jugar con ellas. Son mucho mejores que yo. Estamos. Y se nos espere o no, se nos represente o no, cada vez ocupamos más espacio.

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