Hace ya tiempo que muchos anhelábamos (y algunos aún lo hacen) tiempos pasados, donde las aventuras eran de verdad desafíos, cuando la sola supervivencia del personaje era mejor premio que cualquier tesoro imaginable. Un tiempo donde se forjaban héroes y no tan héroes. Un tiempo que hacía falta rescatar, donde las aventuras de pocas páginas duraban varias sesiones, no sólo por sí mismas sino por las simples y buenas historias que contaban, las cuales siempre te dejaban algún cabo suelto con el que poder enganchar la siguiente, algún personaje que poder volver a sacar y sobre todo un buen montón de ideas y anécdotas que contar cada vez que surgía la ocasión. 
Cuando pude probar la aventura, que pronto estará en todas las tiendas especializadas, tuve la gran suerte de reunir a algunas personas con las que empecé a jugar, y volvimos al lugar donde todo comenzó: la azotea de casa, con estupendas vistas. Allí nos acomodamos, en el suelo, como cuando críos.

El resultado final fue que más que satisfactorio, pues a duras penas consiguió sobrevivir la mitad del grupo, entre risas y animadas charlas, recogiendo no pocas anécdotas acontecidas durante la sesión, que de seguro recordaremos todos los presentes.

Lo que sí os puedo garantizar es que no volveremos a la azotea ni amarrados, pues estamos ya muy mayores y las articulaciones no perdonan, pero a veces es bueno volver donde empezó todo para ver como han ido cambiando las cosas durante todos estos años.

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