Ya casi superada la locura que resultan ser diciembre y sus fiestas, salgo del eremitismo para volver de nuevo a La marca, que ya tenía ganicas. Y lo primero que he visto es que en estas últimas semanas en que ni he podido echar un ojo, Pedro ha estado de lo más activo, con muchas entradas interesantes en las que hubiese disfrutado opinando, y me he quedado con las ganicas.

Pero en fin, que retomo y comienzo la actividad bloguera de este nuevo año aprovechando para hacer una pequeña reseña sobre El Hobbit, ¡la película!, acontecimiento que nos devuelve a navidades como las de hace muchos años, como diez por lo menos.

Y para que sepáis a qué ateneros, os pongo en antecedentes: soy tolkieniano de toda la vida, de pura cepa, porque la obra de Tolkien me inspira de forma especial desde que era un tierno adolescente, y al igual que decía hace unas entradas Pedro sobre los chicos de La Marca, para mi también es Dios, en plural «megaestético» de eso. Pero se me olvidan los nombres enseguida, no canto canciones ni compongo poesía, mucho menos fanfiction ni otras porquerías, y he pensado innumerables veces en hacerme numerario de la Sociedad Tolkien (o como se llamen), pero siempre me he echado atrás porque al final siempre me han dado repelús. La adaptación al cine de El Señor de los Anillos, también por Jackson, me pareció una auténtica gozada, y si bien los cambios que realizó al autor a la historia para adecuarla al lenguaje del cine me parecieron acertados, como que fuese Arwen quien saliera al encuentro del Portador del Anillo en lugar de Glorfindel, sí que me parece un fallo garrafal no cuidar la prosa y dialéctica del libro, porque es donde está el meollo y el fuerte de Tolkien, ya que era lo que realmente le interesaba.

Dicho lo cual, no he visto la película hasta pasadas casi tres semanas de su estreno, lo que da cuenta de las reservas que tenía, tras un año de espeluznantes noticias sobre no haber dos sin tres y diseños de producción «coloristas» (por decir algo), a lo que se sumarían las críticas, no malas pero en absoluto buenas, que entre la crítica especializada ha ido cosechando, aunque el público la ha considerado bastante mejor; pero claro, entre el público están los fans a quienes la dosis les va a gustar sí o sí, y como hoy día «geek is the new sexy», tooodo el mundo es «fans» de la trilogía del anillo, es decir, las películas, que el libro es muy largo para leerlo. Claro que en mi caso, como tolkieniano de pro, pues la dosis es la dosis y tenía claro que habría muchas posibilidades de que me gustase.

Y con estas me he visto el «flim» de marras, con pobres espectativas, pero un gran anhelo de que en realidad estuviese bien. Y después de verla, tengo que decirlo: me ha gustado, me ha gustado muchísimo. Es una pedazo de película.

Desde luego no está exenta de problemas, los que le achacan los detractores de la crítica especializada, y más que desde su perspectiva tendenciosa no han sabido ver. Pero en absoluto desmerecen o dinamitan la película, para nada; sus méritos y la buena hechura la mantienen sólida como una roca.

El problema que todo el mundo ha detectado es que se vuelve cansina a ratos, cuando se hace excesivamente autoreferencial de la Tierra Media, y aún más, de la trilogía fílmica del anillo. Guiños que sobran, tan pesados que de la complicidad pasan a la vergüenza, dispersan la atención y en determinados instantes puntuales sí raletizan la historia en aburridas conversaciones, incluyendo la apabullante aparición de personajes de El Señor de los Anillos, la novela, que ni por asomo se mencionan el El Hobbit, también la novela.

El otro problema que los críticos especializados no parecen haber visto, porque a todos nos cuesta ver más allá de nuestra concepción del mundo, es la acción cinemática, tan fantasiosa que alcanza la categoría del ridículo, con una física propia de los dibujos animados del pato Lucas. Cabriolas en el aire, saltos estúpidos, caídas de cientos de metros, estructuras imposibles… El cine de acción actual se ha convertido en un esperpento ridículo que muchas veces acaba con la delicada realidad de una propuesta fantástica que tan difícil es de construir, cuando nos muestran imposibles descarados, echándolo todo a perder, imagino que en una especie de concesión de la industria a un público formado en la inmadurez y su hoy día ubicua obsesión por los dichosos videojuegos; no me extrañaría que cualquier día los más jovenes comiencen a sufrir accidentes porque sus cerebros, preparados para gestionarse en la física newtoniana, hayan cambiado esta por la de SuperMario. Hay varios ejemplos de esta lamentable práctica en la película, y con uno de ellos en particular se convierte en ridícula una referencia del libro, aquella de la lucha entre gigantes de la montaña como reflejo de la lucha entre dos tormentas, que podría haber sido grandiosa.

Hay otras partes de la película no presentes en el libro, o al menos no como escenas, como el prólogo, sí añaden positivamente, puesto que no son referenciales a la Trilogía del Anillo, y que son consideradas por la mencionada crítica como parte de los añadidos aburridos; en este caso pecan de pedantismo cinematográfico, imponiendo teorías sobre ritmos y cosas por el estilo a la intención del artista. Quizás no es lo suficientemente rápida y trepidante como para excitar los cerebros bombardeados de estímulos de la actual audiencia de la cultura de la imagen, pero los que leemos libros rellenamos otros ritmos con nuestra ejercitada imaginación, muchas gracias. Y es que el cine, que se lo da todo hecho a nuestro cerebro, es desgraciadamente el más pasivo de los medios de transmisión cultural.

En cualquier caso, si nos ponemos a quitar todo el cansino material autereferencial del que he hablado, eliminamos unos quince minutos de película. De ciento sesenta y seis.

Vamos, que la película es larga pero no se nota; está muy bien. La historia es la que ya conocemos, toda la emoción y el significado de cada parte están perféctamente entendidos y reflejados, y los actores, en especial Ian McKellen como Gandalf, Martin Freeman como Bilbo, y Richard Armitage como Throin, representando increiblemente la pesadumbre del personaje, son perfectos.

Me hace replantearme, al menos en parte, lo de haber pasado de  dos a tres películas. No porque crea que Jackson haya hecho ese movimiento por necesidades expositivas, no; lo ha hecho por la pasta. Pero es su trabajo, y parece que lo ha hecho bien, y sí, dará para tres películas equilibradas y buenas. Ahora que… a ver todo lo que se le ocurre incluir. Mucho me temo que aún nos esperan unas cuantas escenas aburridas más. Y todos los personajes extra que saldrán… Porque en esta primera los cameos se hacen muy pesados, de verdad. El único salvable es todo el tiempo de pantalla que tiene el genial Radagast, pero que contrasta con la absoluta ausencia de Tom Bombadil en la Trilogía del Anillo. Por ello, estoy por apostar a que estos dos saldrán en la segunda película, de visita en la casa de Beorn… con Radagast, claro.

En definitiva, una inesperada sorpresa, y sobre todo, el haber sentido de nuevo las mismas sensaciones -el mundo, los diseños, la fotografía y la música de Howard Shore- agradables e inmensas que hace diez años, en un viaje inesperado de retorno a la Tierra Media.

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