Esta entrada bien podría convertirse en una seción, o quizás no, y si lo hiciera probablemente lo sería para un número limitado de entradas, que se podrían recoger bajo la denominación «cine y rol». Porque se trataría de hablar, básicamente, del cine y su relación con el rol. No como en la película de Tom Hanks, sino en serio; de cómo el cine influye y aporta a nuestro amado hobby.

No voy a hablar exactamente de una película que bien pudiera convertirse en una gran partida de rol, como sería, imaginad, dirigir «En Busca del Arca Perdida» a jugadores que jamás hayan visto una película de Indiana Jones, usando el Spirit of the Century con las reglas para escenas de acción que John Wick creó para su juego pulp Yesterday’s Tomorrow, otra (más) de sus grandes ideas que nunca ha acabado realmente, pero que aún así llama igualmente «juegos». Eso sería, amigos míos, la experiencia con los juegos de rol de toda una vida.

 
Ya, ya lo sé; a los de TSR se les ocurrió hacerlo para su terrible juego de Indy
 No, en realidad me refiero a una de esas películas que parten de una idea monumental y acaban siendo más bien reguleras, películas que nos hacen pensar «si en vez de una peli fuese un modulo, sería bestial». Seguro que se os ocurren unos cuantos ejemplos. Hoy os voy a hablar del más demoledor de todos.

Por descontado, voy a realizar un «spoiler» salvaje, así que, diciéndolo en términos más apropiados para lo que nos ocupa, esto es solo para el director de juego; si vas a jugar la aventura, no sigas leyendo.

Porque os voy a contar una historia grandiosa.

Y desvelaros uno de mis anhelos secretos.

¿Por qué los carteles de cine de antaño parecen de algún circo?
 «The Island at the Top of the World» -o como la llamaron aquí en la más pura tradición de renombrar películas al español de forma chorras, «La Isla del Fin del Mundo»- es un largometraje producido por la Disney en 1.974, basado en una novela de aventuras de la década anterior, con música de Maurice Jarre, padre de Jean Michel Jarre, y guionizada a medias entre Ian Cameron, autor de la novela original, y John Whedon, a la sazón abuelo de «Joss» Whedon, de todos vosotros conocido. La película que crearon, a pesar de ser la alucinante aventura que os voy a relatar a continuación, resultó un fracaso de taquilla en absoluto justificado por ser una película regulera, porque la premisa simple y llanamente lo compensa con creces. Al igual que la nueva película del Juez Dredd, que ni siquiera es capaz de alcanzar la recaudación de la atenrior bazofia de «Bocatorcida» Stallone, mientras que auténticas escorias como Taken 2 o Hotel Transylvania amasan millones por horas, es otro ejemplo de la mayor decepción entre las artes que resulta ser El Cine, así en mayúsculas, para denotar que me refiero a él en general, y que me ha mantenido alejado, mirándolo en la distancia durante casi dos décadas.

Pero al tema: en el invierno de 1.907, el profesor John Ivarsson, arqueólogo «de las regiones polares», medio americano y medio noruego, es reclutado por un aristócrata inglés, Sir Anthony Ross, para ayudarle en la búsqueda del hijo de este, Donald, que en rebeldía juvenil se ha dedicado a vivir aventuras por el mundo, desapareciendo en el Círculo Polar Ártico en busca de una quimera, una isla más alla del confín de la tierra, solitaria en medio del hielo, oculta bajo una gigantesca nube, el lugar donde las ballenas van a morir. Antes de desaparecer, Donald deja a su padre un hueso tallado, un mapa esquimal que Ivarsson utiliza para hayar la localización de la posible isla.

Por medio del hermoso dirigible del capitán Brieux, el Hiperión, los tres hombres se dirigen entre diversas peripecias a Groenlandia, hasta el puesto avanzado de Fort Conger, habitado mayormente por esquimales, donde conocerán a Oomiak, el guía de Donald y última persona que le ha visto, quien les confirma haber llegado a la isla bajo una nube, en compañía de Donald, hasta que una tormenta de «espiritus malignos» les separó. Es reclutado a la fuerza, y todos continúan su viaje hasta que en un momento dado observan cómo por vías de agua en el hielo se desplazan muchas ballenas de diferentes especies de todo el planeta, viajando en una misma dirección; el lugar adonde van a morir las ballenas. Y en la distancia, la isla oculta bajo una inmensa nube.
Claro; como el Hiperión es francés, tiene forma de croissant gigante. Con una boca pintada.

Esta representa un obstáculo formidable para la nave aérea, pues sus fuertes vientos y tormentas provocan que el Hiperión se accidente, quedando a la deriva tras caer del mismo Sir Anthony, Ivarsson y Oomiak. Errando por entre los hielos de la isla, van a dar tras una zona de actividad volcánica… a un hermoso valle verde merced del calor que le arropa.

En ese momento, una lanza se clava ante ellos, y unas voces les increpan.

En antiguo nórdico.

Y ante ellos aparece un grupo de vikingos.

Tras saber que Donald está vivo y viviendo en la isla, gracias a los conocimientos de Ivarsson, son llevados hasta el valle, observarán atónitos el espectáculo de una auténtica población vikinga resguardada y conservada durante mil años. En su mayoría están asustados por la presencia de extranjeros, especialmente ante la animadversión que les profesa el Godi, el hombre sagrado, quien mantiene un pulso de poder con el consejo, en el cual se encuentra el padre de Freya, la chica que se ha enamorado de Donald. Condenados los protagonistas a muerte, sera Freya quien les libere, comenzando una épica huida perseguidos por el Godi y sus hombres, por volcanes activos e inactivos, a través del cementerio de ballenas que los vikingos no hollarán acorde a sus creencias, hasta encontrar al capitán Brieux y los restos del Hiperión.
¡Fijaos cuanta grasa y ambar gris y… ! Ah, genial. Es un puto matte painting.
 A merced de los vientos árticos, tratan de poner rumbo a Groenlandia solo para ser arrastrados de nuevo a tierra, donde los hombres del Godi huirán de la aparición mientras este dispara una flecha incendiaria, muriendo abrasado bajo la nave en llamas. Como la película a estas alturas ya cuenta con hora y media de metraje, y hay que irse yendo a merendar, nuestros protagonistas serán llevados ante el consejo, que considerará que los dioses están de su parte a juzgar por la muerte del Godi, y accederá a dejarles ir con la condición de que uno de ellos se quede para siempre como garantía de que los demás nunca revelarán la existencia del lugar. Por supuesto, quien se quedará de motu propio, será Ivarsson.

Esta asombrosa historia está repleta de emocionantes aventuras, si bien la ejecución del film deje que desear, aunque poco importe porque la magnitud de lo que se cuenta es asombrosa. Aventuras clásicas, además, en la más pura tradición de Verne, Haggard o Conan Doyle, a las puertas del Pulp y los momentos de las grandes exploraciones de finales del s. XIX y principios del s. XX, con Historia y arqueología, en concreto medievales, y más concretamente vikingas. Todo lo más emocionante del género de aventuras y aventuras históricas, aumentado por el hecho de que no hay elementos mágicos, ni falta que le hace para ser aún más vibrante y alucinante. Como ya he señalado, la ejecución del film es muy regular, lo que me lleva a pensar que, realmente, hubiese fumcionado mejor como partida de rol, y qué partida; la mejor de la Historia. Incomparable. Insuperable. La mayor partida jamás rodada.

Tampoco es que yo, personalmente, sea imparcial, dado todos los palos que toca. La simple idea de encontrar una población vikinga aislada durante mil años no puede ser igualada por casi nada. En palabras de Ivarsson, «Es el sueño dorado de un arqueólogo. Retroceder en la Historia y caminar por la tierra como era hace 10 siglos». Cuando vi la película siendo un crio, las palabras «arqueólogo de las regiones polares» se quedaron grabadas a fuego en mi mente, y me temo que me han influido mucho más de lo que pienso. Sin duda mi vida estaría absolutamente completa si algún día puedo realizar un master en estudios nórdicos o excavar un yacimiento de esos que aparecerán ahora que Groenlandia se deshiela más de lo habitual.

Pero además esta película cuenta con las palabras finales más lapidarias de la historia del cine. Olvidaos de lágrimas en la lluvia y pollas en vinagre. Aquí tenéis explicado de forma demoledora por qué sin duda alguna el estudio de su pasado es la actividad intelectual más importante del ser humano. En el momento de la despedida, Sir Anthony le pregunta a Ivarsson sobre su decisión de quedarse. «Ningún arqueólogo rechazaría esta oportunidad» contesta este. «No solo de estudiar el pasado, sino de revivirlo. Además, quién dice que me quedo detrás. Los arqueólogos vemos muy de lejos; muchas civilizaciones se han hundido anteriormente. Quizás llegue un día en que esta isla se convierta en el último refugio del hombre».

Algún día el petróleo se acabará, y se producirá una crisis energética insalvable. Nuestra civilización cambiará drásticamente. Lentamente la población se reducirá hasta mínimos que actualmente no concebimos, como le ha ocurrido a cada civilización de nuestro tipo que nos ha precedido. Mientras tanto la alta demografía creará sociedades que los humanos y nuestra endémica mentalidad de tribu no sabemos gestionar y colapsarán irremediablemente una y otra vez, en general económicamente. Todo ello contribuirá a que nuestra civilización finalmente desaparezaca. Y no puedo dejar de pensar que, más allá de las quimeras de fantasía y ciencia ficción, en el reino de lo real y posible, podría haber sucedido, que en una insula aislada sobreviviese un pequeño reducto conservado, protegido del caos exterior, que por ello siguiese conservado y protegido cuando nuestra civilización desapareciese. Y por qué no, un reducto vikingo en una perdida isla del ártico. Y no puedo dejar de ansiar ser el Ivarsson para ese hipotético lugar.

Es un anhelo extremadamente doloroso, uno que solo puedo calmar jugando con mi imaginación a esas otras vidas de aventuras, en las que puedo ser un explorador que encuentra ese reducto, o incluso un vikingo yo mismo; una congoja que solo puedo calmar con el bálsamo del rol.

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